“La que nace para ser escándalo de sí misma, sienta, sufra, llore y gima, y conformada con que donde hay culpa no hay desdicha, sienta, sufra, llore y gima.” Real Alcázar de Madrid, año 1734 El horizonte se teñía de rojo, y el cielo de gris. El perjuicio causado por las llamas ya no tenía remedio, y solo cabía esperar a que la maltrecha estructura fuese cayendo por su propio peso. El que había llegado a ser símbolo de un Imperio se diluía ahora entre el humo sin que nadie pudiera detener la agresión; y con él, desaparecían también muchos de los tesoros que silenciosamente guardaba en su interior: pinturas, relicarios, figuras talladas… Sin embargo, de todo aquello, a José de Nebra nada le importaba en aquel momento. En su mente solo había espacio para lamentar la incalculable cantidad de partituras, libros de canto, notas al margen e incluso instrumentos legendarios que ya nunca volverían a sonar. Fue entonces cuando la idea brotó en el fuero interno del bilbilitano. Además, desde la corona pronto se fue igualmente consciente de la misma necesidad. Era forzoso componer un nuevo repertorio de música sacra que pudiese reemplazar al mucho que se había perdido, y que además, pudiera actualizarlo, adaptándose a los gustos de los nuevos tiempos y a las aptitudes de los nuevos músicos. Y ante aquel panorama, José de Nebra no tardó en sentir que era él quien debería abanderar aquella inminente oleada creativa. Hasta entonces, sus dotes de compositor habían ido dirigidas hacia los múltiples teatros comerciales de la ciudad de Madrid, plasmadas en óperas y zarzuelas que le habían granjeado ciertos éxitos y no pocas monedas. Pero aquello, sentía el bilbilitano, debía terminar. Tal vez continuara haciéndolo, pero ya no como actividad principal. De una vez por todas, quería que su talento le permitiese trascender. Así fue como poco a poco se convirtió en uno de los compositores de música litúrgica más influyentes de su tiempo. Al hilo de todo ello, no tampoco fueron escasos los nombramientos en su incipiente carrera: organizador del Archivo de Música de la Capilla Real encargado por el Rey Fernando VI, supervisor de las obras de reparación del órgano del Convento de los Jerónimos, profesor de órgano en la misma institución y en el Colegio de Cantorcicos de Madrid, Vicemaestro de la Capilla Real… Ya durante el reinado de Carlos III, fue también elegido como maestro de clave del infante Don Gabriel, a quien habría de acompañar en todos sus desplazamientos a los Reales Sitios, lo que le permitió poder asistir con cierta frecuencia a las veladas musicales de su cámara. También tomó como discípulo a su propio sobrino, Manuel Blasco de Nebra, que acabaría siendo organista de la Catedral de Sevilla. De su trabajo, han llegado a nuestros días más de setenta y cinco misas, salmos y letanías, más un Stabat Mater, todos conservados en el Archivo Real. El Requiem que compuso con motivo del fallecimiento de la Reina María Bárbara, una de sus obras más destacadas, acompañó a la familia real española hasta Fernando VII. En Santiago de Compostela y en La Seo de Zaragoza también se guardan todavía algunas de las piezas que en su día les fueron enviadas. Y a todo ello hay que sumarle una veintena de zarzuelas como “Donde hay violencia no hay culpa” o “Viento es la dicha de amor”. El bilbilitano José de Nebra es sin duda una de las figuras musicales de mayor importancia del XVIII español; y, casi todo, comenzó con el fuego que borró el pasado.
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Bilbilitanos en la HistoriaSerie de artículos novelados sobre la vida de diversos personajes nacidos o ligados a Calatayud y su participación en el curso de la Historia. Fechas
Septiembre 2015
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