RICARDO RAMOS RODRÍGUEZ
  • Autor
  • Obra
    • Las sombras del Imperio
    • Bilbilitanos en la historia
    • El eco entre la bruma
    • Máscara
    • Textos breves
  • Noticias
  • Contacto

Baltasar Gracián (I)

19/7/2015

0 Comentarios

 
ImagenBaltasar Gracián
“Floreció en el siglo de oro la llaneza, en este de yerro la malicia.” – Baltasar Gracián

Casa-museo de Lastanosa, Huesca, año 1636

Nada menos que siete mil volúmenes. El uno junto al otro. Muchos de ellos en latín, pero pocas lenguas habría que no estuvieran representadas. De todas las épocas y edades conocidas. Sin lugar a dudas, aquella excelsa biblioteca era la mayor que Baltasar Gracián jamás hubiese conocido. Su mera presencia allí ya lo convertía en un privilegiado, pues los más en su tiempo morirían sin haber llegado a ver nada igual.

La colección literaria no era el único tesoro de aquel particular oasis. Los jardines eran dignos del mismo Edén; la colección de medallas era objeto de deseo de señores más allá de casi cualquier frontera; la armería, un fabuloso viaje en el espacio y en el tiempo, en el honor y en la crueldad; y las propia arquitectura de aquel palacio, que ya había recibido la honrosa visita del Rey Felipe IV, era en si misma digna de reverencia.

Sin embargo, Baltasar Gracián no había acudido allí para deleitarse con las maravillas de la vista; tampoco para alternar con las muchas personalidades del arte y la cultura que por allí solían transitar; al menos, no aquella vez. En esta particular ocasión, el bilbilitano había acudido a visitar al dueño de aquel lugar con una misión muy concreta.

Aquel joven moreno de bigote bien crecido, perilla en punta y media melena ondulada, bien dotado de nariz y vestido casi siempre de negro, había nacido en 1601 en un municipio que entonces se llamaba Belmonte del río Perejiles, que luego se llamó Belmonte de Calatayud, y que hoy día, por la enorme figura del ilustre paisano, conocemos como Belmonte de Gracián.

Sin embargo, por la proximidad de este pueblo a Calatayud, se trata a Baltasar de bilbilitano, y fue a orillas del río Jalón donde habría de pasar su infancia estudiando letras en el colegio de jesuitas. Después, cuando rondaba los dieciséis años de edad, lo mandaron un par de años junto a su tío Antonio Gracián, que era el capellán de San Juan de los Reyes, para que se instruyera en lógica en la ciudad de Toledo. También profundizaría allí en sus estudios latinos.

Cumplidos los dieciocho, Baltasar Gracián ingresó en el noviciado de la provincia jesuítica de Aragón, sito entonces en Tarragona. Para entrar en la institución, eran antes necesarios dos años perceptivos de estudio de Humanidades, pero al bilbilitano le fueron dispensados por su extraordinaria formación anterior. Tras dos años allí volvió de nuevo a Calatayud a cursar otros dos de Filosofía, mostrando especial interés por la ética, y finalmente marchó otros cuatro a Zaragoza a estudiar Teología en la Universidad.

Con semejante bagaje formativo en lo que a religión se refiere, no es de extrañar que a la temprana edad de veintiséis años se ordenase sacerdote. Su primer destino como tal habría de ser de nuevo Calatayud, donde por varios años, algunos de los más felices en su recuerdo, ejercería como maestro de Humanidades en el colegio jesuita. No le fueron tan bien las cosas, sin embargo, en Valencia, a donde fue trasladado en 1630, y de donde tuvo que salir tan solo un año más tarde por sus graves problemas con los jesuitas de aquella ciudad. Serían tan solo los primeros de toda una trayectoria.

Así las cosas, en 1631 se instalaría en Lérida, donde enseñaría Teología Moral sin encontrar tampoco una buena acogida, y en 1633 acudiría a Gandía a impartir clases de Filosofía, teniendo la mala fortuna de encontrarse allí de nuevo con los mismos jesuitas valencianos. Sobra decir cuál fue el resultado.

Todo ello, en consecuencia, iría a dar con los huesos del bilbilitano a Huesca en el año de gracia de 1636. Allí es donde conocería a Vincencio Juan de Lastanosa, el dueño del palacio, de la armería, de la colección de medallas, de los jardines y de la biblioteca. De nada menos que siete mil volúmenes.

[Continuará]


0 Comentarios

Vicente de la Fuente (y II)

12/7/2015

0 Comentarios

 
ImagenVicente de la Fuente
“Entre los varios libros que hay en aquellos seis cajones, llamó mi atención más especialmente una copia del expediente de divorcio seguido en Zaragoza, año 1521, entre Doña Catalina de Aragón y Enrique VIII de Inglaterra, siendo jueces delegados de la Santa Sede el Prior del Santo sepulcro de Calatayud y el Abad de Veruela.” – Vicente de la Fuente

Madrid, año 1881

Ahora la estilosa pluma gris descansaba. Unas últimas gotas de tinta fresca se estremecían en el filo, amenazando con caer sobre la portada, arruinando todo el trabajo; mas no alcanzaron entonces a reunir el valor suficiente como para abordar tal empresa antes de que el hombre de la respiración pesada las enjugase con un pañuelo blanco.

Luciendo el aplomo que confiere la certeza de un trabajo bien hecho, Vicente de la Fuente carraspeó y colocó el manuscrito en el rincón más apartado del estudio, allí donde nada pudiera perturbar el proceso de secado de la tinta. En esta vida, pensaba el bilbilitano, toda gran obra requería de tiempo y paciencia; o eso creía haber aprendido a lo largo de sus muchos años de continua formación, igualmente como alumno que como maestro.

Poco después de ingresar en el Colegio de Abogados de Madrid, en 1844, había sido nombrado profesor de ciencias eclesiásticas en San Isidro, y algún tiempo más tarde comenzó sus estudios en lenguas orientales, que le llevaron a instruirse en árabe y hebreo. Por otro lado, perteneció también a las Academias de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas, siendo finalmente designado como bibliotecario de esta última.

A cargo de una biblioteca le llegaría también su siguiente nombramiento de relevancia, entrando como bibliotecario mayor interino de la Universidad de Madrid, sin percibir salario alguno por sus servicios. Además, cuando llegó la hora de trasladar la biblioteca de la Universidad Complutense a la Universidad Central de Madrid, Vicente de la Fuente fue comisionado para la tarea; una labor de tres meses de duración durante los cuales pasaron por sus manos más de veinte mil volúmenes dispuestos para ser distribuidos, clasificados y colocados en su nuevo espacio.

Tres años después de aquella odisea, contando el bilbilitano con tan solo treinta y cinco otoños, asumió una cátedra de Derecho Canónico en la Universidad de Salamanca, donde impartiría sus lecciones durante seis cursos más, al término de los cuales ingresó como profesor de Historia eclesiástica de nuevo en la Universidad de Madrid.

En los albores del año 1867 la Academia de la Historia, de la que llevaba ya años siendo miembro numerario, designó al bilbilitano como su representante en el Congreso Arqueológico de Amberes; y finalmente, como último y merecido gran honor, ya tras la restauración de Alfonso XII, fue nombrado rector de la Universidad Central de Madrid.

Además de todo esto, Vicente de la Fuente escribió en su trayectoria vital más de ochenta libros, incluyendo uno muy ilustre sobre las sociedades secretas de España, y otro sobre su Historia eclesiástica. Pero si hay uno que el bilbilitano redactó con más cariño, más dedicación, y más esmero que los demás, ese era aquel manuscrito que iba ya por su segundo tomo, que había adornado en la portada con la estilosa pluma gris, y cuyo título rezaba para la eternidad “Historia de la siempre augusta y fidelísima ciudad de Calatayud”.

0 Comentarios

Vicente de la Fuente (I)

2/7/2015

0 Comentarios

 
ImagenVicente de la Fuente
“Es un libro que honra a Calatayud. Porque muy pocas son las poblaciones españolas que puedan presentar una historia local tan completa y sensata.” – José María López Landa

Madrid, año 1881

El sonido de la pluma gris arañando el papel era lo único que se escuchaba en aquel meticuloso estudio. Las estanterías, la anchísima mesa, en incluso algunos palmos del suelo sufrían bajo el peso de centenares de libros y documentos, y sin embargo, en modo alguno se apreciaba allí la presencia del desorden. Todo ocupaba rígidamente el lugar que para sí tenía asignado, e igualmente, todo parecía obedecer una estricta ley universal que le impedía moverse de su sitio. Todo menos la pluma gris, que entre giros y apasionadas batidas ya casi había terminado de delinear el título de un nuevo trabajo.

El hombre que concienzudamente la empuñaba lucía una pajarita negra bien ceñida al cuello, respiraba con la pesadez que le infligían los sesenta y cuatro años que cargaba sobre los hombros caídos, y a cada rato, apretaba los ojos contra la floreciente tinta tratando de compensar ciertos problemas de visión.

Aquel hombre, además, era oriundo de Calatayud, hijo de José de la Fuente y de Felícitas Condón, pertenecientes a una familia de comerciantes. Su primera educación la recibió en los escolapios de Daroca y Zaragoza, aunque en estos segundos no llegó siquiera a permanecer un año entero. A los once años de edad, el bilbilitano ingresaría en el Seminario Conciliar de Tudela, donde a los doce recibiría su primera tonsura, y donde permanecería sin interrupción hasta los catorce estudiando Filosofía, consiguiendo el título de Bachiller.

Entonces el joven, que a todo esto tenía por nombre Vicente de la Fuente, lucía el rostro comprimido y redondo y el pelo negro ondulado sobre la frente, se trasladó a la prestigiosa Universidad de Alcalá de Henares con la intención de cursar estudios en Teología. No tuvieron que pasar más de tres años para que, de nuevo, el bilbilitano fuese honrado como Bachiller también en esta disciplina.

Fue en aquel momento cuando por primera vez Vicente de la Fuente encaminó sus pasos a la ciudad de Madrid, desconocedor todavía de la importancia que esta urbe habría de tener en su futura vida. El motivo de su traslado no fue otro que su deseo de estudiar ambos Derechos, igual Cánones que Leyes, en la Universidad de Madrid; y así lo hizo con gran aprovechamiento, acabando además por doctorarse en Teología en la misma institución. Así, sus méritos le llevaron a ingresar a la temprana edad de veintisiete años en el Colegio de Abogados.

Y sin embargo, pese a haberle propiciado tan cruciales vivencias, no era la villa del Manzanares la que en aquellas particulares circunstancias ocupaba la robusta mente del hombre que, casi con violencia, blandía orgulloso la pluma gris. Para aquel entonces ya casi había terminado de perfilar las letras que pomposamente orquestarían el título de aquella obra, que de otro modo, ya era la segunda de su estirpe.

“Historia de la siempre augusta y fidelísima ciudad de Calatayud”. Así era como aquel ejemplar habría de ver la luz de una vez por todas. Y así era, también, como aquel bilbilitano habría de hacer de su ciudad Historia.

[Continuará] 


0 Comentarios

    Bilbilitanos en la Historia

    Serie de artículos novelados sobre la vida de diversos personajes nacidos o ligados a Calatayud y su participación en el curso de la Historia. 

    Fechas

    Septiembre 2015
    Agosto 2015
    Julio 2015
    Junio 2015
    Mayo 2015
    Abril 2015
    Marzo 2015

    Personajes

    Todo
    Antonio Serón
    Baltasar Gracián
    Baltasar Gracián
    Barón De Warsage
    Joaquín Dicenta
    Joaquín Dicenta
    José De Nebra
    Jusepe Leonardo De Chabacier
    Leonor López De Córdoba
    Marco Valerio Marcial
    Vicente De La Fuente

    Canal RSS

  • Autor
  • Obra
    • Las sombras del Imperio
    • Bilbilitanos en la historia
    • El eco entre la bruma
    • Máscara
    • Textos breves
  • Noticias
  • Contacto