“No soy yo poeta, no me consideraría digno de tal honor, si el Rey de España Felipe no me hubiera coronado con la diadema de laurel.” – Antonio Serón
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Lérida, año 1562
[…] Cada vez que Antonio Serón se sentaba a la orilla del Segre, pensaba que aquella agua que sus ojos contemplaban habría de acabar en el Ebro, y que la del Ebro por fuerza habría de llegar al Mediterráneo, y en el Mediterráneo era donde flotaban sus más intensos recuerdos de juventud. Desde su cátedra de Retórica en la Universidad, lejanos parecían los tiempos en los que había surcado las olas sin llegar nunca a blandir la espada, pero por siglos que pasaran jamás podría olvidar la sensación de alivio que había sentido el día en el que una galera veneciana le había traído de vuelta a España. Entonces había encaminado sus pasos hacia su ciudad natal, con el afán de encontrar en Calatayud la paz que tanto extrañaba en su vida; y para ello, debió pensar, qué mejor forma que ordenarse sacerdote. Sin embargo, muy lejos de sus pretensiones, la vida clerical no tardó en granjearle un nuevo sobresalto, pues a raíz de una gresca de poca enjundia fue a enemistarse con el cura de Borja, y este, con el afán de deshacerse de él, le denunció por hereje y hechicero. A resultas de aquello, Antonio Serón pasó unas semanas compartiendo la letrina de un presidio, y cuando al fin fue puesto en libertad se encontró condenado a destierro de la región. Así pues, no le quedó más remedio que abandonar por tercera vez su patria y emprender un nuevo viaje, esta vez sin destino programado. De camino en posada y de venta en burro, el hombre fue recorriendo España y dando al fin a su intelecto la oportunidad de curtirse en aquella materia que ya largo tiempo atrás, como alumno del Estudio General, le había cautivado: la poesía. Así fue desarrollando su obra, la misma que acabaría por hacerle célebre, mientras se ganaba el sustento dando clases de literatura y retórica. A lo largo de los años fueron muchas las tierras que pudieron disfrutar de sus poemas, silvas y elegías: Tortosa, Valencia, Castilla, Galicia, donde pasó algunos meses instalado en Tuy, Andalucía, donde se detuvo por un tiempo en Lebrija, Alcalá de Henares, y finalmente, cumplida ya su sentencia, de nuevo Calatayud. Para entonces el monarca Felipe II ya lo había coronado como poeta laureado, su fama era conocida en todo el Reino, y más pronto que tarde fue también nombrado grande de su ciudad. Después de aquello aún le esperarían las Universidades de Zaragoza, Huesca, y por último Lérida, donde su historia se pierde en el tiempo y donde se piensa que el bilbilitano acabó sus días.
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Bilbilitanos en la HistoriaSerie de artículos novelados sobre la vida de diversos personajes nacidos o ligados a Calatayud y su participación en el curso de la Historia. Fechas
Septiembre 2015
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